
Si alguna vez te has calzado las botas, has cargado tu mochila y has salido al Camino de Santiago buscando algo más que un simple viaje, quizás te hayas llevado una sorpresa. Porque el negocio del Camino de Santiago, aunque sigue siendo ese lugar mágico donde pasan cosas inexplicables, también está cada vez más marcado por la industria
El Camino mueve dinero, mucho dinero
No hay que darle muchas vueltas. El impacto económico del Camino de Santiago es brutal. Según estudios recientes, cada peregrino gasta entre 30 y 50 euros diarios, y hablamos de cientos de miles de personas cada año. Haz las cuentas.
Que el turismo religioso sea una fuente de riqueza para las pequeñas localidades no es malo. Al contrario. Gracias a eso, pueblos que parecían condenados al olvido han revivido. Se han rehabilitado casas, abierto albergues, tiendas, bares…
El problema empieza cuando el peregrino deja de ser un caminante y pasa a ser visto como una cartera con patas.
Del espíritu de acogida al espíritu de caja registradora
Durante siglos, el Camino de Santiago fue sinónimo de hospitalidad. Monasterios, hospitales de peregrinos, casas particulares que abrían sus puertas a cambio de nada o de casi nada. La acogida era parte esencial de la experiencia.
Hoy, en muchos tramos del Camino Francés, del Portugués, o incluso en rutas más desconocidas, esa acogida se ha transformado. Ahora todo tiene un precio, y a veces no uno razonable.
Te venden un «menú del peregrino» que no vale ni la mitad de lo que pagas. Te cobran por una cama en un albergue más que en un hostal. Te ofrecen «certificados» que parecen sacados de una impresora de souvenirs. Todo con la etiqueta de «experiencia única».
(¿Quieres saber más sobre cómo elegir bien dónde dormir? Puedes leer este artículo sobre errores comunes en el Camino de Santiago).
Casos que retratan una tendencia
Quizá hayas oído hablar del caso de aquella hostelera que desvió el Camino pintando flechas falsas para llevar a los peregrinos a su negocio. No es una leyenda urbana. Pasó. Y no es el único caso de «turistificación» descarada que podrías encontrar.
El menú del peregrino, en muchos restaurantes, se ha convertido en un ítem de mercado: barato para ellos, caro para ti. El alojamiento «rústico» a precio de hotel boutique. Hasta pagar por sellar la credencial en algunos sitios se ha vuelto común.
(No te pierdas este reportaje de La Sexta donde analizan estas prácticas).
No estamos diciendo que todo el mundo actúe así. Pero sí que la industria hostelera en el Camino de Santiago, como cualquier otra que huele dinero, ha aprendido a exprimir el negocio.

El peregrino busca algo más
Si preguntas a quien hace el Camino de verdad, te dirá que no busca lujo, ni comodidades exageradas. Busca autenticidad. Busca un plato caliente, una cama limpia y, sobre todo, ser acogido con respeto.
Cuando el «negocio camino de santiago» olvida esa parte, pierde algo mucho más valioso que el dinero: pierde el alma del Camino.
Porque puedes vender menús, camisetas o pulseritas. Puedes cobrar por duchas, por mantas, por sellos… Pero si tratas al peregrino como un cliente cualquiera, dejas de formar parte de la magia.
¿Quién tiene la culpa?
No es una pregunta fácil. Porque si hay demanda, habrá oferta. Y si hay peregrinos dispuestos a pagar, habrá quien les venda.
Parte de la culpa la tenemos todos. Nosotros, los peregrinos, por querer «comodidad» en lugar de «Camino». Ellos, los empresarios, por ver sólo cifras donde deberían ver personas.
El «negocio camino de santiago» existe, y no se puede negar. La cuestión es si sabemos encontrar el equilibrio.
Hay esperanza
Por suerte, no todo está perdido. Aún hay hospitaleros que no cobran nada. Albergues municipales que siguen vivos. Bares donde el menú del peregrino es honesto. Tiendas que ofrecen ayuda antes que precios.
(Aquí tienes una recopilación de albergues públicos y municipales que aún resisten).
Aún puedes encontrar el Camino real, el que se camina con el corazón, no con la cartera.
En qué fijarte para no caer en la trampa
- Busca albergues municipales o parroquiales siempre que puedas.
- Pregunta a otros peregrinos: el boca a boca sigue siendo la mejor guía.
- Desconfía de los sitios demasiado «turistizados»: si parece Disneyland, mejor sigue andando.
- Apuesta por la sencillez: el Camino es simpleza, no lujo.

Conclusión: Caminemos con los ojos abiertos
El Camino de Santiago no ha muerto. No se ha convertido (todavía) en un parque temático. Pero si queremos que siga siendo el Camino, tenemos que caminar con los ojos abiertos.
Ver el negocio, sí. Pero también ver a las personas. Agradecer la acogida de verdad. Elegir con el corazón y no con la urgencia del «todo servido».
Porque el verdadero «negocio camino de santiago» es otro: el que haces contigo mismo, paso a paso, mientras dejas atrás lo que no necesitas y descubres que, al final, menos siempre es más.
Y eso, amigo, no te lo puede vender nadie.